Es el arte textil menos estudiado por lo complejo de su técnica y los escasos ejemplos conservados, y tratar de definirlo no es tarea fácil. Se trata, en esencia, de un tejido calado construido a base de hilos entrelazados o trenzados mediante una aguja o un set de bobinas, denominadas bolillos, e independiente de cualquier tipo de superficie tejida. El encaje consta de dos elementos básicos: el fondo de tul o enrejado y el adorno o flor.
Los materiales más usados para realizar encajes son el lino, la seda y los hilos metálicos, aunque también se pueden encontrar encajes de algodón y de lana y será el lugar geográfico el que determine la preponderancia de unos sobre otros. Así, por ejemplo, en Bélgica, los más habituales son los de lino.
La labor de encaje ha sido realizada habitualmente por mujeres. Es un trabajo lento y en el que se consiguen apenas unos centímetros al día, de ahí los elevados precios de estas preciadas piezas de artesanía. En el siglo XVIII muchas mujeres hacían del bolillo un negocio artesanal con el que contribuían a la economía familiar.
Actualmente, por poner un ejemplo, una mantilla española de blonda de Almagro puede llevar más de un año de trabajo y el precio supera los 6000 euros y por tanto sólo se hacen por encargo.
En lo que se refiere a su clasificación, existen una serie de tejidos calados o de malla que tradicionalmente han sido clasificados como encajes y otros que también son labores caladas pero que no todos los especialistas están de acuerdo en clasificar como tales: trabajos de punto, de ganchillo, de macramé, entre otros.
El origen del encaje no se puede situar antes de finales del siglo XV o principios del XVI aunque otros tejidos entrelazados son conocidos desde épocas muy anteriores. Parece ser que poco después de surgir el encaje a la aguja apareció el encaje de bolillos y se desarrollaron al mismo tiempo. Italia y Bélgica se disputan su invención y en el siglo XVII se extendió esta labor por Europa, aportando su personalidad y peculiaridades cada lugar donde se realizaba. Muchos de los puntos de encaje reciben el nombre de sus lugares de origen como los de Chantilly, Bruselas, Barcelona, Valenciennes o Venecia. Otros conservan el nombre de su propia estructura como el lacis o punto in aria o la blonda. Otros acreditan su procedencia: punto de España o de Francia y otros aluden a la persona que los popularizó: punto Colbert o punto Duquesa, refiriéndose este último a Mª Enriqueta, mujer de Leopoldo II, Duquesa de Brabante, posteriormente Reina de Bélgica.
Los encajes de mejor calidad fueron los realizados en Italia, Francia y Bélgica, aunque también se produjo encaje en otros lugares de Europa, China, Islas Filipinas y en América Central y del Sur.
En España, el encaje a la aguja procede y evoluciona, como en el resto de los centros productores, a partir de las labores de bordado calado. La palabra encaje se utiliza en España a partir del S.XVI, aunque las piezas más importantes son del S. XVII. Durante el siglo XVII-XVIII tienen mucha importancia como guarnición o aplicación a las diferentes prendas de indumentaria, sobre todo femeninas. Y el siglo XIX destaca por la belleza de los encajes catalanes.
Los encajes a la aguja se pueden resumir brevemente en encajes anudados (malla, randa, macramé y anillados frisados de Valladolid), encajes deshilados, encajes de ganchillo y el encaje de telar llamado también “red de Valdeverja”.
El encaje de bolillos debe su nombre precisamente a las piezas que utiliza para enrollar los hilos y que en labores muy complejas puede llegar a superar el centenar, aunque lo habitual es que oscile entre diez y treinta. Los elementos necesarios para llevar a cabo esta labor son: los bolillos (los antiguos eran de madera de boj y los actuales de pino), una almohadilla de paja comprimida, llamada mundillo, sobre la que se coloca el dibujo del encaje hecho en papel. Este patrón se clava con alfileres y el encajero entrecruza y anuda sobre ellos los hilos de los bolillos.
Podemos agrupar los encajes de bolillos en encajes tipo guipur (encajes de Camariñas, que a finales del siglo XIX se exportaron a América, encajes de Almagro y numéricos o de doce bolillos, siendo representativos de estos últimos los de Talavera que se hacían ya en el siglo XVI); y encajes tramados, derivados de las pasamanerías, de fondos decorados (red de Talavera, de blonda, de torchón, de puntas, etc.).
Debido a su dificultad muchas de las técnicas que aquí citamos, sobre todo las realizadas a la aguja, están desapareciendo, puesto que cada vez existe un menor número de personas capaces de desarrollarlas. No es, sin embargo, éste el caso del encaje de bolillos que cuenta con gran cantidad de asociaciones culturales que promueven su importancia y que agrupan a gran cantidad de encajeras y a las que es habitual ver en concentraciones a modo de exhibición.
También por parte de las instituciones oficiales se han promovido importantes iniciativas como la de la Junta de Castilla- La Mancha que culminó en 2004 con la inauguración del Museo Municipal del Encaje y la Blonda, en Almagro, que aglutina gran parte del patrimonio artesanal de la comarca en lo que a encajes se refiere.
BIBLIOGRAFÍA
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http://museodeltraje.mcu.es/
Agradecimientos a Mª Emilia Asensio, miembro de la Asociación El Arte del Encaje de Bolillos de Azuqueca de Henares.
Wrote by Noelia Hernández